jueves, 4 de octubre de 2012

El teatro es el único arte en el que la humanidad se enfrenta a sí misma

Zalamea de la Serena se enfrenta a sí misma cada verano. Es una ocasión única en la que sus vecinos aúnan esfuerzos y, de forma desinteresada -ni siquiera por vanidad, llevan a escena un pasaje de la intrahistoria que los catapultó a la universalidad literaria por la pluma de Calderón de la Barca.
Decía el dramaturgo estadounidense Arthur Miller que "el teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la Humanidad se enfrenta a sí misma". Ni el cine, ni la novela ponen tan al descubierto los sentimientos más vivos como lo hace el teatro. A diferencia de otros géneros, el escenario obliga cada día a renovarse, a insuflar fuerzas para trasladar al espectador el vigor de la obra. No es como el cine, que la representación queda grabada, registrada y repetida una y otra vez, atrapada en el tiempo.
El teatro no es así. Cada representación se diferencia de la anterior como el sol que cada mañana nos ilumina: no hay un solo día igual. Por eso el teatro no es la repetición de un diálogo: es el revivir de un momento. Y cada momento tiene un sabor diferente, aunque contenga los mismos ingredientes.Por eso la representación de "El Alcalde de Zalamea" cosecha éxitos cada verano. ¿Acaso no son a veces los mismos los que acuden a la plaza de la Constitución y se enfrentan a unos diálogos que prácticamente saben de memoria? Estoy seguro que esa experiencia no la repetirían si se tratara de una película de cine. Sin embargo, en el teatro uno espera una sensación distinta respecto al año anterior. Aunque sólo sea por el cambio de intérpretes, pero también por las modificaciones en la disposición del decorado, o tal vez porque la brisa de la noche y las estrellas resultan distintas. La dramaturgia es la suma de todo eso.
El teatro no puede morir. No depende de técnicas ni de avances. Se trata de hombres y mujeres recitando en alta voz sus sentimientos y pensamientos sin otro fin que compartirlos con sus espectadores.
Mucho más escéptico, Eugene Ionesco, el dramaturgo francés de origen rumano, se refería a su especialidad afirmando que "si es absolutamente necesario que el arte o el teatro sirvan para algo, será para enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada y que es indispensable que las haya".
De esta manera, si en Zalamea se llevan realizando la friolera de 19 ediciones ininterrumpidamente, todas distintas por su interpretación, actores y hasta las incidencias del tiempo, aunque se trate de la misma adaptación, montaje y texto. Se puede decir que estas nueve ediciones multiplicadas por cuatro representaciones en cada una de ellas, en Zalamea se ha vivido de manera distinta en 76 ocasiones la inmortal obra calderoniana.
Según el razonamiento anteriormente expuesto, ninguna de ellas ha sido igual, siempre hay alguna novedad, nunca es idéntica, sencillamente porque es teatro, y a diferencia de las cosas que se repiten como puede ser el cine o la televisión, el teatro aunque sea la misma obra siempre es diferente y en cada representación se disfruta de una forma distinta.
Ionesco era un perfecto cínico que, como todos los artistas consagrados, se miran a sí mismos cuando han alcanzado la cumbre y proclaman que su esfuerzo es baldío. Sin embargo, reconoce la necesidad de la existencia del teatro, un arte que en Zalamea forma parte no sólo de su historia, sino algo más importante: de su vida cotidiana.

Fuente: Diario HOY/ José Damián Gil Pizarro 

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